PRÓLOGO A LA SUBVERSIÓN EN COLOMBIA1
El presente libro es primordialmente el resultado de una preocupación:
la del futuro de Colombia. País privilegiado en muchos aspectos, que una vez fue capaz de desarrollarse por sí solo y de sobresalir como pueblo progresista y heroico en América Latina, ha venido sufriendo durante el siglo XX un melancólico eclipse de su anterior prestigio. A través de una serie de frustraciones colectivas,
“nuestro lindo país colombiano” se ha visto envuelto en una red de deformidades espirituales, económicas y políticas. Semejante desastre exige atención y debe producir preocupación, no sólo entre las clases dominantes a cuyas decisiones se
Debe la debacle, sino entre los científicos sociales, cuya misión es entender el sentido de aquellos acontecimientos, así como el de los portentos que habrán de venir. La encrucijada es de tal complejidad que no queda otro camino que examinar la situación con una nueva objetividad, aquella derivada de la aplicación del método científico a realidades problemáticas y conflictivas. Por regla general, la objetividad se ha vinculado hasta ahora al estudio de problemas de “alcance medio”, con técnicas de corte seccional para determinar situaciones de funcionalidad en sistemas sociales. En el presente caso, la problemática que se plantea el científico, por lo agudo y
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Texto extraído de La subversión en Colombia, Bogotá, 1967, pp. 15-21.
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Apremiante del conflicto, lleva en sí cierta tendencia a buscar salidas, a señalar alternativas y hasta a hacer admoniciones y llamadas a la acción, como ocurre en este libro en las secciones referentes a la situación actual y sus alternativas. Esto es así porque se anhela ganar el conocimiento no como una meta en sí misma, sino para proyectar hacia el futuro una sociedad superior a la que se tiene, que es aquella lograda por generaciones anteriores de colombianos a veces bien intencionados, y otras veces sólo enceguecidos por la ambición de poder. Colombia necesita que se la estudie desde este nuevo ángulo, porque requiere proyectarse hacia el futuro con claridad de miras y al menor costo social. El país ha pagado muy caro en vidas humanas y en recursos materiales los ensayos anteriores que desembocaron en frustraciones colectivas, estancamiento económico y atraso tecnológico. Los intelectuales y hombres de ciencia colombianos, por lo menos, deberíamos sentir la urgencia de comprometernos en esta gran tarea del siglo, que es la de diseñar y vigilar la construcción de una nueva sociedad entre nosotros, capaz de llevar a su realización plena las potencialidades de la tierra y de llenar las aspiraciones de quienes la habitamos y trabajamos, especialmente los miembros de las clases humildes. Ése es el compromiso central a que lleva este libro. Lo he escrito no sólo como un estudio sociológico dirigido a mis colegas, sino también con el fin de aclarar —para mí mismo y los amigos de todos los grupos que tienen similares preocupaciones— algunos procesos históricos que inciden en las realidades actuales, con miras a delinear una estrategia que pueda ser útil para asegurar el advenimiento de aquella sociedad a la que todos aspiramos. Admito, pues, que tengo el sesgo de lo que Lester Ward llamaría la “télesis social”, o sea el reconocimiento de la finalidad en los hechos sociales. Al admitirlo, reconozco también dos elementos concomitantes: a) que el conflicto va implícito en todo esfuerzo estratégico de superación colectiva; y b) que el paradigma que emerge del análisis de los procesos históricos nacionales es el del desequilibrio social. El empleo de este paradigma, junto con el enfoque de la télesis lleva a la recomendación del método proyectivo, anticipante o telético, que han favorecido en sus tratados los sociólogos más genuinamente interesados en situaciones de “progreso” y conflicto, tanto los del siglo XIX como algunos del XX. Por supuesto, adoptar el paradigma del desequilibrio no implica rechazar de plano el otro sesgo, el de los funcionalistas que siguen el marco del equilibrio, porque éste puede ser útil en el análisis de aspectos o sectores relativamente estables de las sociedades humanas. En la práctica, como lo enseñan diversos autores, resulta fructuoso combinar el estudio de lo sincrónico con el análisis de lo diacrónico, y en este libro se trata de seguir aquellas pautas y señalar rutas para realizar esfuerzos similares posteriores. Sólo se observan, de paso, aquellas incongruencias teóricas que ocurren cuando se trasladan literalmente los mismos conceptos de un marco a otro. Al reconocer las dificultades técnicas de la tarea que me propuse, quiero anticipar, además, que la aplicación del método telético dentro del marco del conflicto y del desequilibrio puede atraer las iras de aquellos grupos cuyos intereses se ven afectados por el estudio del cambio social, al quedar visibles los mecanismos que han venido usando, consciente e inconscientemente, para imponerse de manera señorial y autocrática al resto de la sociedad. La dominación de los grupos religiosos, políticos y económicos tradicionales se ha basado, en especial, en la ignorancia pasiva del pueblo. Como ésta será derrotada tarde o temprano por la investigación sociológica seria (y la de las otras ciencias sociales), la sociología es mirada por aquéllos como “ciencia subversiva”, tal como sucedió con la ciencia política en los días del período dictatorial de Bolívar, o con la ciencia económica durante la década de 1940. Ésta puede ser, en verdad, la prueba de fuego de las ciencias sociales en los países que surgen hoy: su efectividad como tal puede compulsarse en razón de su capacidad de entender y medir qué se quiere decir con el término subversión. Una sociología comprometida a través de sus practicantes en este sentido puede ofrecer más aportes de entidad a la sociedad y a la ciencia que la sociología “profiláctica” o la seudociencia que se enseña en algunas universidades del país bajo la guisa de sociología. Esto debe ser así porque la verdadera sociología (la científica) encara la problemática vital de la colectividad y no la disfraza con verbalismos o con esguinces de diferente índole. Cuando la sociología evita el compromiso que la lleva a esos sitios de acción y pasión, temiendo los ataques que le puedan dirigir algunos grupos interesados, no logra tampoco llegar al corazón de la explicación causal de los cambios históricos, y se frustra allí mismo su razón de ser como ciencia positiva y como factor real del progreso de los pueblos. No sobra recalcar, finalmente, que otro propósito de este esbozo histórico-social ha sido entender mejor la naturaleza de la transformación intensa que se desarrolla hoy en Colombia y, por posible analogía, en otros países del mundo. Aunque esta tarea analítica se realiza aquí dentro de un marco relativamente diferente, no se innova conceptualmente porque sí, y mucho menos se pretende ofrecer una teoría nueva de cambio social. Se espera, eso sí, que el libro sea leído y considerado como un todo, pues se ha integrado conceptualmente de manera sistemática, y sería falta ética citar sus partes o comentarlas fuera de contexto. Es posible que del empleo preliminar y experimental del marco integrativo ofrecido en este libro puedan derivarse algunas hipótesis de interés, que animen a los estudiosos a investigarlas más profundamente. Ello sería sumamente provechoso, ya que serviría, entre otras cosas, para descartar lo que deba ser olvidado de este empeño. Siendo que América Latina parece acercarse al momento histórico de su afirmación universal, no podemos menos que prestar ordenada atención a las características de la situación actual. En Colombia se hace necesario, además, proyectar las alternativas que faciliten la solución de los problemas inherentes a esa situación. Porque todavía está incompleta la tarea de ganar las metas valoradas que tanto algunos dirigentes como el pueblo mismo han planteado desde 1925. Son metas que han vuelto a reiterarse dramáticamente en nuestros días para modificar fundamentalmente un orden social que sigue siendo injusto desde el punto de vista del pueblo en despertar y de un creciente número de colombianos de otras capas sociales identificados con el mismo pueblo en su inusitado esfuerzo de superación. Éste es el esfuerzo que debe ir determinando el otro impulso creador trascendente, aquel que llevaría hacia la transfiguración de Colombia. Escribir un libro no es un simple acto de voluntad. El que hoy sale a la luz pública es el resultado de un proceso de muchos años de investigación sociológica e histórica combinada con aplicaciones prácticas en situaciones reales de cambio social. Como es de suponer, el pensamiento aquí contenido no proviene de una sola fuente o escuela, ni está condicionado por una sola serie de contactos. Refleja el estímulo que el autor ha recibido de aquellas experiencias y a través de la lectura de diversos autores, y del contacto personal y discusión con colegas colombianos y de otras partes del mundo. A algunos de ellos quisiera destacar particularmente para testimoniarles mi reconocimiento personal, sin que ello implique que sean responsables de lo consignado en este libro. En primer lugar, debo mencionar a los compañeros de la lucha universitaria y del esfuerzo de creación académica y científica que culminó en la antigua Facultad de Sociología, hoy departamento de la nueva Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia. Descuella en este grupo el padre Camilo Torres Restrepo, símbolo de nuestra “generación de la Violencia”, cuya visión ideológica y consistencia de carácter se están perfilando con claridad. El fútil silencio que se ha decretado en el país sobre su vida y su obra en favor de la causa de la renovación nacional queda compensado con creces no sólo por la lealtad de los diversos grupos nacionales que mantienen viva su memoria, sino por la resonancia internacional que el padre Torres ha ganado desde su muerte en febrero de 1966. Sus principios y el relato de su vida aparecen con comentarios en periódicos y revistas de todo el mundo, y se incluyen en agendas de reuniones eclesiásticas y seglares. Son actos de justicia que seguirán multiplicándose a medida que pasa el tiempo. La influencia intelectual y personal del padre Torres ha sido y seguirá siendo importante. Fue el tipo del subversor moral, de los que abren trocha nueva. Por eso, dedicarle este libro es no sólo un acto de amistad, sino un justo reconocimiento a su contribución para entender el sentido de la época en que nos ha tocado vivir. Otros colegas de la facultad, colombianos y extranjeros, me brindaron esencial ayuda en la confección de este libro, especialmente con sus críticas al primer borrador o a través de comentarios en diversas ocasiones. Son ellos María Cristina Salazar, Gerardo Molina, Jorge Graciarena, Darío Mesa, Eduardo Umaña Luna, Carlos Castillo, Cecilia Muñoz de Castillo, Rodrigo Parra, Federico Nebbia, Guillermo Briones, Tomás Ducay, Luis Ratinoff, Humberto Rojas, Álvaro Camacho, Magdalena León Gómez y Fernando Uricoechea. En igual sentido debo expresarme sobre los profesores T. Lynn Smith (Universidad de Florida), José A. Silva Michelena (U. Central de Venezuela y Massachusetts Institute of Technology), Frank Bonilla ( MIT), Celso Furtado (U. de París), Bryce Ryan (U. de Miami), Wilbert E. Moore (Russell Sage Foundation), Charles Wagley, Lewis Hanke y Amitai Etzioni (U. de Columbia), Arthur Vidich (Nero School for Social Research), Kalmar Silvert (Dartmouth College), A. Eugene Havens (U. de Wisconsin), Florestan Fernandes (U. de São Paulo), Luis A. Costa Pinto (United Nations Institute for Training and Research), Andrew Pearse (Instituto de Capacitación e Investigación en Reforma Agraria), José Matos Mar (U. de San Marcos) y Pablo González Casanova (U. Autónoma de México); así como también agradezco las orientaciones recibidas de los reverendos Gonzalo Castillo D., Juan A. Mackay y François Houtart. No menor ha sido la influencia crítica de mis alumnos en las Universidades de Wisconsin y Columbia durante el año de 1966, a quienes presenté el marco diseñado para este libro. Extraordinario fue también el estímulo que recibí durante mi visita a Cambridge en enero de 1967, cuando después de mi exposición sobre el concepto revaluado de subversión hicieron comentarios muy Útiles los profesores Gino Germani y Albert O. Hirschman (U. de Harvard), Everett E. Hagen ( MIT) y Glaucio A. Dillon Soares (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales), entre otros. Entre los compañeros de lides intelectuales cuyas ideas he utilizado en más de una ocasión en este libro, se destaca el doctor Otto Morales Benítez. Sus estudios sobre la colonización de la región quindiana, sobre los caudillos y otros temas de interés colombianistas, aparte de la devoción de su autor por la defensa del hombre y de los recursos naturales del país, serán tareas que apreciaremos los colombianos cada vez más. Al Land Tenure Center y al Departamento de Sociología Rural de la Universidad de Wisconsin, al Instituto de Estudios Latinoamericanos y al Departamento de Sociología de la Universidad de Columbia debo el importante apoyo financiero e institucional que hizo posible que terminase este libro durante al año 1966. A sus directores Peter Dorner, Douglas C. Marshall, Charles Wagley y Hervert J. Hyman, respectivamente, van mis cordiales agradecimientos. A mis familiares y amigos personales que me animaron en la tarea, no menos que al dedicado personal de secretaría que con paciencia elaboró el texto para la imprenta, les rindo también mis más sinceros reconocimientos. Ahora, al terminar esta etapa, la ayuda de todos no será menos esencial, porque se inicia otra durante la cual será indispensable contar también con su apoyo y amistad.
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