miércoles, 4 de enero de 2012

LA SUBVERSIÓN JUSTIFICADA Y SU IMPORTANCIA HISTÓRICA1



El mundo de las palabras encierra cosas insospechadas, a veces tan sutiles que su verdadero sentido no se revela sino a escritores geniales o a aquellos devotos de la lingüística que hacen de esa fascinante búsqueda la razón de ser de su existencia. 2
1 Texto extraído de Las revoluciones inconclusas en América Latina: 1809-1968, México, Siglo XXI, 1968, pp. 8-58.   
2 Cómo cambia el sentido de las palabras a través de los años es materia de interesantes estudios, pues este proceso refleja el desarrollo social. Por ejemplo, véase lo ocurrido con el concepto de “antropología”. Cómo se entendía este concepto en España a principios del siglo XIX queda constando en el Diccionario de tropos y figuras de retórica de Luis de Igartuburu, publicado en Madrid en 1842. Se definía así la antropología en aquella época: “Término introducido por los teólogos en el lenguaje gramatical, por el que se entiende aquella especie de prosopopeya o personificación, por la cual los hombres se ven obligados, hablando de Dios, a atribuirle partes corporales, un lenguaje, gustos, afecciones, pasiones y acciones que sólo pueden convenir a los hombres” (p. 30).
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y “lo malo”, “lo apropiado” y “lo condenable”, a través de los cuales se le enseña desde pequeño a comportarse.  Pero generalmente no se entrena para buscar otros tonos y dimensiones que la vida real pudiera ir produciendo. Esto es natural, por el proceso simplista de la enseñanza del niño. Lentamente, ya en la adolescencia, empieza a dibujarse ese indefinido universo de lo ambiguo y de lo inclasificable. Al entrar a ese mundo inasible, se descubre, perplejo, que el contacto con la realidad puede volver tornasol el colorido simple de los conceptos y de las ideas de las cosas que transmiten las palabras, dejando muchas veces sin sentido los vocablos aprendidos.  
Al perder el fondo tradicional, el lenguaje se vuelve entonces confuso, de tal forma que una palabra dicha por una persona puede no entenderse en el mismo sentido por otra, aunque posea una cultura semejante. 3 Cuando esto ocurre —cuando en la comunidad empiezan a hablarse lenguajes diferentes, aunque el idioma sea el mismo, aparece el cisma ideológico que distingue una profunda transición social: los gobernantes se aíslan en aquella fraseología vacua de todos conocida; los pobres murmuran de su “lucha” y su “necesidad” en un contexto difícilmente aprehensible a los intelectuales; los jóvenes adoptan una jerigonza propia que abre aún más la brecha entre las generaciones; los sacerdotes gesticulan en el púlpito sin llegar a la mente de los feligreses; muchos profesores no logran hacer despertar el talento de sus estudiantes, cuyo universo real se sitúa más allá de la imaginación de los preceptores rutinarios. Y así en otras expresiones comunes de la vida en sociedad. La Torre de Babel de ideas que es síntoma de la transición social profunda lleva muchas veces a hacer revaluaciones de aquello

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3
Algunos sociólogos han entendido bien este problema. Por ejemplo, Camilo Torres Restrepo preparó una lista de palabras que se entendían de manera diferente  Por las clases superiores y los grupos de trabajadores y campesinos colombianos.  Publicó esa lista en El Espectador de Bogotá a mediados de 1964. Está reproducida en la edición de sus obras por el Centro Intercultural de Documentación de Cuernavaca (México, 1967) y en la edición francesa, Écrits et paroles, París, 1968, pp. 171-172.
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Aprendido en la niñez, es decir, de las creencias relacionadas con asuntos fundamentales y con la orientación personal. El impacto del cisma, el descubrimiento de la ambigüedad, la aparición de la perplejidad, van llevando a una  redenición de la vida. Es como si se volviera a nacer y se sintieran otra vez las tensiones del crecimiento. Pero esta vez se puede tomar una dirección distinta, adquiriendo el hombre dimensiones que quizá no plazcan a sus mayores y que a la vista de éstos pudieran parecer deformaciones. Pero he ahí la esencia del asunto: en ese momento, lo que es monstruoso, inmoral, malo o negro para aquellos dejados atrás inmersos en la tradición, podrá ser moral, conveniente o blanco para aquellos otros que añadieron nuevas dimensiones a su vida y enriquecieron el vocabulario vital. Son muchas las palabras que tienen ese tinte tornasol y que cambian de color según el ángulo desde el cual se miren,  especialmente cuando se ven a la luz de las cambiantes circunstancias históricas: violencia, justicia, libertad, utilidad pública, revolución, herejía, subversión. Puede verse que son conceptos arraigados en emociones, que hieren creencias y actitudes, y que inducen a tomar un bando de nido. Por eso son valores sociales; pero pueden ser también antivalores, según el lado que se favorezca durante el cisma de la transición. Cada uno de esos conceptos lleva en sí la posibilidad de su contradicción: no se justican sino en un determinado contexto social. Bien pueden entenderse según
la tradición, pero también pueden concebirse y justicarse con referencia a hitos colocados hacia el futuro que impliquen un derrotero totalmente distinto a aquel anticipado por la tradición. Ésta es la posibilidad relativa, contradictoria, exible, futurista, que no se enseña en la niñez cuando las cosas son más bien
blancas o negras. Quizá el entrenamiento en la contradicción desde niño sea insufrible y no produzca sino esquizofrénicos o locos. Pero ocurre que la desadaptación surge en la sociedad, quiérase o no, cuando ésta se halla inmersa en momentos de conicto y tensión como los actuales. Evidentemente, no se entrena para anticipar estas tensiones ni para vivir en mundos tan conictivos. Si así fuera,  sería fácil entender la naturaleza real de la subversión que ocurre hoy por campos y ciudades, en universidades y entre intelectuales, en las clases altas y en las bajas, y de cuyas consecuencias se lee a diario en los periódicos de todo el mundo.  Pero la palabra subversión es una de aquellas que no se entienden sino para referirse a actos que van en contra de la sociedad, y por lo tanto designa algo inmoral. Sin embargo, llega el momento de preguntarse: ¿cuál es la realidad en que se mueve y justica la llamada subversión? ¿Qué nos enseña sobre este particular la evidencia histórica? ¿Qué nos dicen los hechos actuales sobre los subversores, antisociales y enemigos de la sociedad? Una vez que se estudian las evidencias y se analizan los hechos, aparece aquella dimensión de la subversión que ignoran los mayores y los maestros, que omiten los diccionarios de la lengua y que hace enmudecer a los gobernantes: se descubre así cómo muchos subversores no pretenden destruir la sociedad porque sí, como un acto ciego y soberbio, sino más bien reconstruirla según novedosas ideas y siguiendo determinados ideales o utopías que no acoge la tradición. Como lo observaba Camus, el rebelde es un hombre que dice no, pero que no renuncia a su mundo y le dice sí, por cuanto en ello va el sentido de la conciencia de su lucha.4 Esta falta de congruencia consciente con la tradición puede ser muy positiva, y hasta constructiva. ¿No ocurre a veces que la falta de moral y el sentido encubierto de la destrucción se hallan precisamente en la tradición? Como en épocas pasadas, cuando hubo similares cismas ideológicos, este esfuerzo de reconstruir a fondo la sociedad es penoso, contradictorio, violento y revolucionario; así mismo va contorneando y forjando en su yunque al nuevo pueblo y al nuevo hombre. Éste, en el fondo, será un rebelde, y sus actitudes girarán en torno a la rebeldía. El acto de la revuelta, con el movimiento contrario que implica la palabra, hace al hombre andar por nuevos senderos que antes no había vislumbrado, le hace pensar y le hace dudar, y así adquiere, quizá por primera vez, la conciencia de su condición vital. Esta conciencia es subversiva. Además, como
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4
 Albert Camus, L’homme révolté, París, 1951, pp. 25-36.
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la rebelión implica esta conciencia, y aquella en sí misma es constructiva, el subversor rebelde adquiere una actitud positiva hacia la sociedad: no puede  dejarse llevar por el resentimiento en el sentido de Scheler, que es una intoxicación de uno mismo y que no proyecta una imagen futurista. Lejos de consumirse como un resentido, el subversor se sacrica por el grupo y se torna en un gran altruista. Por eso, al n de cuentas, la conciencia del subversor rebelde es una conciencia de la colectividad que despierta y que lleva a todos a una inusitada aventura existencial. Con el correr del tiempo y el descubrimiento de las nuevas perspectivas sociales, los llamados subversores pueden llegar a ser héroes nacionales o mártires y santos seculares. Por eso luego se canonizan o veneran. Recuérdese no más al monje Savonarola, tan subversivo y herético en sus días, que hubo de ser quemado vivo. Hoy es respetado y va en camino a los altares. Recuérdese a los otros rebeldes de la historia Jan Hus, Lutero, Espartaco, Moisés, para hablar de los más antiguos, a quienes hoy se adscriben funciones positivas de regeneración o renovación social. Reléase la historia de las naciones y véanse los casos concretos de la llamada subversión que en los momentos de su aparición no fueran arduamente criticados, acerbamente incomprendidos, mil veces cruentamente sofocados por personeros de la tradición cuya estatura moral no alcanzaba ni al tobillo de los revoltosos, y cuya causa de defensa del orden no podía ser justa. En estos casos los antisociales no podrían ser los subversores, sino aquellos que defendieron el orden injusto, creyendo que era justo sólo porque era tradicional. Sin ir tan lejos, puede ilustrar esta tesis lo ocurrido a los jóvenes del Nuevo Reino de Granada que se atrevieron a Los derechos del hombre y del ciudadano en Santa Fe de Bogotá, y a pensar distinto en 1794: se les expulsó de las universidades y seminarios, se les encarceló, se les desterró. El chantre de la Iglesia neogranadina de aquellos días de cisma les llamó ociosos, libertinos y dedicados a la moderna por sus perversas máximas, inclinados y propensos a la subversión,5 Y luego se registra, para vergüenza de la Iglesia y del chantre mismo, que aquellos jóvenes libertinos y subversivos eran en realidad los campeones de una nueva libertad. Pero esto no se aceptó de veras sino en 1819, cuando el movimiento de Independencia se había fertilizado con la sangre y vigorizado con la persecución de aquellos llamados subversores de unos años atrás. De seguro este conicto se ha venido repitiendo periódicamente, cada vez que aparecen rebeldes verdaderamente motivados hacia la transformación social y
que poseen una nueva visión de las cosas. Así irrumpen en la historia aquellas personas que ponen en duda, con razón y justicia, la herencia del ancestro y el acervo tradicional.  El período que se vive hoy en muchas partes del mundo es
un momento histórico subversivo en el mismo sentido futurista, constructivo y positivo que tenían los fundadores de las repúblicas americanas en el siglo XIX. Muchos lo han sostenido y documentado ya: vivimos el momento decisivo de una subversión histórica en que se sientan las bases de una nueva sociedad.volvamos, pues, a preguntarnos: ¿qué hay detrás de la palabra  subversión? Quizá pueda verse ahora que esta palabra tiene una signicación infundida por la realidad social y la relatividad histórica. No es un concepto blanco, ni tampoco es negro. Surge del proceso de la vida colectiva como un hecho que no puede negarse y al que es mucho mejor mirar de frente para entenderlo en lo que realmente es. No es moral ni inmoral, porque su naturaleza no proviene sólo de la dinámica histórica del pasado, sino de la proyección utópica que tiene la acción subversiva hacia el futuro.
Esta posibilidad de la función positiva de la subversión (problema epistemológico en el fondo) se olvida periódicamente por los pensadores ortodoxos que tienden a saturarse de la tradición. El análisis de las experiencias latinoamericanas (y de otras partes) prueba que muchas transformaciones signi cativas y profundas de la sociedad han sido posibles por efecto de la acción subversiva y el pensamiento rebelde. Esto en sí no es nuevo. Pero al llevar
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5
 Eduardo Posada y Pedro M. Ibáñez (eds.), El Precursor, Bogotá, 1903, p. 50.
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la tesis al período actual, para poder entender estos momentos decisivos de la colectividad, es necesario darle al concepto de subversión aquella dimensión sociológica que permita una explicación menos deformada e interesada, y menos nebulosa, que la ofrecida por publicaciones periodísticas y la in
uyente literatura macartista. Esta explicación sociológica no puede ser otra que
la basada en la comprensión de hechos sociales, como las ideologías, las motivaciones, las actitudes, las metas y la organización de los subversores mismos. Por supuesto, estos hechos van cambiando con los tiempos,  porque las causas por las cuales se rebela se van modicando. Pero la explicación sociológica podría ofrecer respuestas y evidencias que de otra forma serían imposibles de alcanzar en este campo.  Muchos de estos hechos sociales que causan la subversión, o
que la conforman, escandalizarán a aquellos miembros del sistema tradicional que se benecian económica y políticamente en las incongruencias y las inconsistencias del orden social existente, y que son expuestas al sol por los subversores. La aprobación de los grupos privilegiados no puede esperarse cuando los cambios propuestos son tan profundos que echan por tierra sus intereses creados. En todo caso, para comenzar a entender este asunto, tómense como punto de partida las motivaciones y pretensiones de los rebeldes. Cuando la rebeldía nace del espectáculo de una condición propia, injusta e incomprensible, o cuando surge de observar en otros los efectos degradantes de la opresión, o cuando a través de la rebelión se busca la solidaridad humana como defensa de una dignidad común a todos los hombres, así, con todo esto, el ser subversor no puede convertirse sino en algo positivo para la sociedad.  Dentro de esta losofía de la subversión justi cada podrán entenderse otros conceptos sociológicos relacionados: cambio marginal, cambio signi cativo, antielite, guerrilla. Estos conceptos tratan de representar elementos de una sociedad parcial que se transforma en el seno de otra que persiste en la tradición: son una contrasociedad, pero con elementos que van mucho más allá de aquella postulada por Mendras. 6 Así, la subversión se descubre como una estrategia mayor y un proceso de cambio social y económico visto en toda su amplitud, y no sólo como una categoría para analizar la conducta  divergente o los grupos marginales producidos por la industrialización. Sociológicamente puede entonces ofrecerse una de nición de subversión que  traduzca la realidad actual, ya que ésta no se anticipa en los textos comunes o en la enseñanza familiar. La subversión se de ne como aquella condición o situación que reeja las incongruencias internas de un orden social descubiertas por miembros de éste en un período histórico determinado, a la luz de nuevas metas (utopía) que una sociedad quiere alcanzar. Al articularse la subversión como una condición particular en el seno de una sociedad, se integran sus componentes para contradecir o contra atacar aquellos otros que se articulan por su parte, y se integran a la vez, alrededor de la tradición. Así, a los valores de la tradición se contraponen los antivalores de la subversión; a las normas de la tradición, las  contra normas de la subversión; a la  corriente organización social, la organización rebelde, subversiva o revolucionaria; y a la tecnología heredada, la innovación
 tecnológica correlativa de la subversión. Esta articulación de la subversión como condición social puede diagramarse de la siguiente manera: 8  
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6
Henri Mendras, Pour une sociologie de la contre-societé”, en Revue Française de Sociologie, CIII, 1967, pp. 72-76. Mendras se basa en la investigación de un tugurio parisiense realizada por Jean Labbens en 1964, en la que se plantea el problema de las relaciones entre miembros de ese tugurio, considerados como marginales y deviant, y la sociedad mayor, de naturaleza industrial, que lo engendró.

7 O. Fals Borda, La subversión en Colombia, Bogotá, 1967, pp. 28-29. Véase la edición inglesa, Subversion and Social Change, Nueva York, Columbia University Press, 1968

 8 Este diagrama se basa en el presentado en el libro de O. Fals Borda La subversión en Colombia, op. cit., p. 244.
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Orden social
(condicionantes)
utopía
Valores:                           Antivalores
Normas:                           Contranormas
Organización social:            Organización rebelde
                                                                   (disórganos)
Técnicas:                         Innovaciones técnicas
(Tradición):                      (Subversión)


Según la evidencia histórica disponible, un país puede cambiar de verdad sólo cuando se integran todos los componentes subversivos mencionados y persisten por más de una generación. Si por alguna causa el proceso del cambio se detiene por un tiempo prudencial, ocurre naturalmente una frustración. Por eso, como
Antes se dijo, la tarea de la transformación integral es dura: en Colombia, por ejemplo, no ha habido sino dos revoluciones exitosas en toda su historia. 9  Tal esfuerzo de cambio requiere una combinación de factores y mecanismos sociales para asegurar el éxito, entre los cuales descuella la persistencia y el fervor permanente por los ideales de la subversión. 10 El hecho de no haber tenido los rebeldes su ciente conciencia de las complejidades inherentes a la transformación subversiva de la sociedad parece ser una causa de que en la historia de América
Latina se registren hoy revoluciones dejadas a medio camino. Conocer tales problemas del cambio profundo, por lo tanto, debe ser un elemento importante dentro de la lucha por la reconstrucción de las sociedades. La latinoamericana no es excepción. Nuestro pueblo ha visto negadas sus esperanzas de redención, los talentos de nuestras gentes se han despilfarrado y el ideal del progreso que les ha animado en muchas ocasiones se ha desvanecido en la humareda de guerras civiles caóticas y sin rumbo.
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9
 Ibid., p. 249.
10
 Ibid., pp. 92-93.
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Esto es menos de lo que nos merecemos en América Latina como herederos de grandes civilizaciones. ¿Podremos los latinoamericanos volver a conceptualizar y articular en palabras e ideas las metas valoradas del nuevo hombre? ¿Podremos llevar las palabras a la acción? He aquí las cuestiones que permitirán Determinar si la revolución que se avecina quedará o no inconclusa como otras que han pasado.
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Fborda -una sociología sentipensante en américa latina


PRÓLOGO A LA SUBVERSIÓN EN COLOMBIA1



El presente libro es primordialmente el resultado de una preocupación:
la del futuro de Colombia. País privilegiado en muchos aspectos, que una vez fue capaz de desarrollarse por sí solo y de sobresalir como pueblo progresista y heroico en América Latina, ha venido sufriendo durante el siglo XX un melancólico eclipse de su anterior prestigio. A través de una serie de frustraciones colectivas,
nuestro lindo país colombiano” se ha visto envuelto en una red de deformidades espirituales, económicas y políticas. Semejante desastre exige atención y debe producir preocupación, no sólo entre las clases dominantes a cuyas decisiones se
Debe la debacle, sino entre los cientícos sociales, cuya misión es entender el sentido de aquellos acontecimientos, así como el de los portentos que habrán de venir. La encrucijada es de tal complejidad que no queda otro camino que examinar la situación con una nueva objetividad, aquella derivada de la aplicación del método cientíco a realidades problemáticas y conictivas. Por regla general, la objetividad se ha vinculado hasta ahora al estudio de problemas de “alcance medio”, con técnicas de corte seccional para determinar situaciones de funcionalidad en sistemas sociales. En el presente caso, la problemática que se plantea el cientíco, por lo agudo y
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1
 Texto extraído de La subversión en Colombia, Bogotá, 1967, pp. 15-21.
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Apremiante del conflicto, lleva en sí cierta tendencia a buscar salidas, a señalar alternativas y hasta a hacer admoniciones y llamadas a la acción, como ocurre en este libro en las secciones referentes a la situación actual y sus alternativas. Esto es así porque se anhela ganar el conocimiento no como una meta en sí misma, sino para proyectar hacia el futuro una sociedad superior a la que se tiene, que es aquella lograda por generaciones anteriores de colombianos a veces bien intencionados, y otras veces sólo enceguecidos por la ambición de poder. Colombia necesita que se la estudie desde este nuevo ángulo, porque requiere proyectarse hacia el futuro con claridad de miras y al menor costo social. El país ha pagado muy caro en vidas humanas y en recursos materiales los ensayos anteriores que desembocaron en frustraciones colectivas, estancamiento económico y atraso tecnológico. Los intelectuales y hombres de ciencia colombianos, por lo menos, deberíamos sentir la urgencia de comprometernos en esta gran tarea del siglo, que es la de diseñar y vigilar la construcción de una nueva sociedad entre nosotros, capaz de llevar a su realización plena las potencialidades de la tierra y de llenar las aspiraciones de quienes la habitamos y trabajamos, especialmente los miembros de las clases humildes. Ése es el compromiso central a que lleva este libro. Lo he escrito no sólo como un estudio sociológico dirigido a mis colegas, sino también con el fin de aclarar —para mí mismo y los amigos de todos los grupos que tienen similares preocupaciones— algunos procesos históricos que inciden en las realidades actuales, con miras a delinear una estrategia que pueda ser útil para asegurar el advenimiento de aquella sociedad a la que todos aspiramos. Admito, pues, que tengo el sesgo de lo que Lester Ward llamaría la “télesis social”, o sea el reconocimiento de la finalidad en los hechos sociales. Al admitirlo, reconozco también dos elementos concomitantes: a) que el conflicto va implícito en todo esfuerzo estratégico de superación colectiva; y b) que el paradigma que emerge del análisis de los procesos históricos nacionales es el del desequilibrio social. El empleo de este paradigma, junto con el enfoque de la télesis lleva a la recomendación del método proyectivo, anticipante o telético, que han favorecido en sus tratados los sociólogos más genuinamente interesados en situaciones de “progreso” y conflicto, tanto los del siglo XIX como algunos del XX. Por supuesto, adoptar el paradigma del desequilibrio no implica rechazar de plano el otro sesgo, el de los funcionalistas que siguen el marco del equilibrio, porque éste puede ser útil en el análisis de aspectos o sectores relativamente estables de las sociedades humanas. En la práctica, como lo enseñan diversos autores, resulta fructuoso combinar el estudio de lo sincrónico con el análisis de lo diacrónico, y en este libro se trata de seguir aquellas pautas y señalar rutas para realizar esfuerzos similares posteriores. Sólo se observan, de paso, aquellas incongruencias teóricas que ocurren cuando se trasladan literalmente los mismos conceptos de un marco a otro. Al reconocer las dificultades técnicas de la tarea que me propuse, quiero anticipar, además, que la aplicación del método telético dentro del marco del conflicto y del desequilibrio puede atraer las iras de aquellos grupos cuyos intereses se ven afectados por el estudio del cambio social, al quedar visibles los mecanismos que han venido usando, consciente e inconscientemente, para imponerse de manera señorial y autocrática al resto de la sociedad. La dominación de los grupos religiosos, políticos y económicos tradicionales se ha basado, en especial, en la ignorancia pasiva del pueblo. Como ésta será derrotada tarde o temprano por la investigación sociológica seria (y la de las otras ciencias sociales), la sociología es mirada por aquéllos como “ciencia subversiva”, tal como sucedió con la ciencia política en los días del período dictatorial de Bolívar, o con la ciencia económica durante la década de 1940. Ésta puede ser, en verdad, la prueba de fuego de las ciencias sociales en los países que surgen hoy: su efectividad como tal puede compulsarse en razón de su capacidad de entender y medir qué se quiere decir con el término subversión. Una sociología comprometida a través de sus practicantes en este sentido puede ofrecer más aportes de entidad a la sociedad y a la ciencia que la sociología “profiláctica” o la seudociencia que se enseña en algunas universidades del país bajo la guisa de sociología. Esto debe ser así porque la verdadera sociología (la científica) encara la problemática vital de la colectividad y no la disfraza con verbalismos o con esguinces de diferente índole. Cuando la sociología evita el compromiso que la lleva a esos sitios de acción y pasión, temiendo los ataques que le puedan dirigir algunos grupos interesados, no logra tampoco llegar al corazón de la explicación causal de los cambios históricos, y se frustra allí mismo su razón de ser como ciencia positiva y como factor real del progreso de los pueblos. No sobra recalcar, finalmente, que otro propósito de este esbozo histórico-social ha sido entender mejor la naturaleza de la transformación intensa que se desarrolla hoy en Colombia y, por posible analogía, en otros países del mundo. Aunque esta tarea analítica se realiza aquí dentro de un marco relativamente diferente, no se innova conceptualmente porque sí, y mucho menos se pretende ofrecer una teoría nueva de cambio social. Se espera,  eso sí, que el libro sea leído y considerado como un todo, pues se ha integrado conceptualmente de manera sistemática, y sería falta ética citar sus partes o comentarlas fuera de contexto. Es posible que del empleo preliminar y experimental del marco integrativo ofrecido en este libro puedan derivarse algunas hipótesis de interés, que animen a los estudiosos a investigarlas más profundamente. Ello sería sumamente  provechoso, ya que serviría, entre otras cosas, para descartar lo que deba ser olvidado de este empeño. Siendo que América Latina parece acercarse al momento histórico de su afirmación universal, no podemos menos que prestar ordenada atención a las características de la situación actual. En Colombia se hace necesario, además, proyectar las alternativas que faciliten la solución de los problemas inherentes a esa situación. Porque todavía está incompleta la tarea de ganar las metas valoradas que tanto algunos dirigentes como el pueblo mismo han planteado desde 1925. Son metas que han vuelto a reiterarse dramáticamente en nuestros días para modificar fundamentalmente un orden social que sigue siendo injusto desde el punto de vista del pueblo en despertar y de un creciente número de colombianos de otras capas sociales identificados con el mismo pueblo en su inusitado esfuerzo de superación. Éste es el esfuerzo que debe ir determinando el otro impulso creador trascendente, aquel que llevaría hacia la transfiguración de Colombia. Escribir un libro no es un simple acto de voluntad. El que hoy sale a la luz pública es el resultado de un proceso de muchos años de investigación sociológica e histórica combinada con aplicaciones prácticas en situaciones reales de cambio social. Como es de suponer, el pensamiento aquí contenido no proviene de una sola fuente o escuela, ni está condicionado por una sola serie de contactos. Refleja el estímulo que el autor ha recibido de aquellas experiencias y a través de la lectura de diversos autores, y del contacto personal y discusión con colegas colombianos y de otras partes del mundo. A algunos de ellos quisiera destacar particularmente para testimoniarles mi reconocimiento personal, sin que ello implique que sean responsables de lo consignado en este libro. En primer lugar, debo mencionar a los compañeros de la lucha universitaria y del esfuerzo de creación académica y científica que culminó en la antigua Facultad de Sociología, hoy departamento de la nueva Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia. Descuella en este grupo el padre Camilo Torres Restrepo, símbolo de nuestra “generación de la Violencia”, cuya visión ideológica y consistencia de carácter se están perfilando con claridad. El fútil silencio que se ha decretado en el país sobre su vida y su obra en favor de la causa de la renovación nacional queda compensado con creces no sólo por la lealtad de los diversos grupos nacionales que mantienen viva su memoria, sino por la resonancia internacional que el padre Torres ha ganado desde su muerte en febrero de 1966. Sus principios y el relato de su vida aparecen con comentarios en periódicos y revistas de todo el mundo, y se incluyen en agendas de reuniones eclesiásticas y seglares. Son actos de justicia que seguirán multiplicándose a medida que pasa el tiempo. La influencia intelectual y personal del padre Torres ha sido y seguirá siendo importante. Fue el tipo del subversor moral, de los que abren trocha nueva. Por eso, dedicarle este libro es no sólo un acto de amistad, sino un justo reconocimiento a su contribución para entender el sentido de la época en que nos ha tocado vivir. Otros colegas de la facultad, colombianos y extranjeros, me brindaron esencial ayuda en la confección de este libro, especialmente con sus críticas al primer borrador o a través de comentarios en diversas ocasiones. Son ellos María Cristina Salazar, Gerardo Molina, Jorge Graciarena, Darío Mesa, Eduardo Umaña Luna, Carlos Castillo, Cecilia Muñoz de Castillo, Rodrigo Parra, Federico Nebbia, Guillermo Briones, Tomás Ducay, Luis Ratinoff, Humberto Rojas, Álvaro Camacho, Magdalena León Gómez y Fernando Uricoechea. En igual sentido debo expresarme sobre los profesores T. Lynn Smith (Universidad de Florida), José A. Silva Michelena (U. Central de Venezuela y Massachusetts Institute of Technology), Frank Bonilla ( MIT), Celso Furtado (U. de París), Bryce Ryan (U. de Miami), Wilbert E. Moore (Russell Sage Foundation), Charles Wagley, Lewis Hanke y Amitai Etzioni (U. de Columbia), Arthur Vidich (Nero School for Social Research), Kalmar Silvert (Dartmouth College), A. Eugene Havens (U. de Wisconsin), Florestan Fernandes (U. de São Paulo), Luis A. Costa Pinto (United Nations Institute for Training and Research), Andrew Pearse (Instituto de Capacitación e Investigación en Reforma Agraria), José  Matos Mar (U. de San Marcos) y Pablo González Casanova (U. Autónoma de México); así como también agradezco las orientaciones recibidas de los reverendos Gonzalo Castillo D., Juan A. Mackay y François Houtart. No menor ha sido la influencia crítica de mis alumnos en las Universidades de Wisconsin y Columbia durante el año de 1966, a quienes presenté el marco diseñado para este libro. Extraordinario fue también el estímulo que recibí durante mi visita a Cambridge en enero de 1967, cuando después de mi exposición sobre el concepto revaluado de subversión hicieron comentarios muy Útiles los profesores Gino Germani y Albert O. Hirschman (U. de Harvard), Everett E. Hagen ( MIT) y Glaucio A. Dillon Soares (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales), entre otros. Entre los compañeros de lides intelectuales cuyas ideas he utilizado en más de una ocasión en este libro, se destaca el doctor Otto Morales Benítez. Sus estudios sobre la colonización de la región quindiana, sobre los caudillos y otros temas de interés colombianistas, aparte de la devoción de su autor por la defensa del hombre y de los recursos naturales del país, serán tareas que apreciaremos los colombianos cada vez más. Al Land Tenure Center y al Departamento de Sociología Rural de la Universidad de Wisconsin, al Instituto de Estudios Latinoamericanos y al Departamento de Sociología de la Universidad de Columbia debo el importante apoyo financiero e institucional que hizo posible que terminase este libro durante al año 1966. A sus directores Peter Dorner, Douglas C. Marshall, Charles Wagley y Hervert J. Hyman, respectivamente, van mis cordiales agradecimientos. A mis familiares y amigos personales que me animaron en la tarea, no menos que al dedicado personal de secretaría que con paciencia elaboró el texto para la imprenta, les rindo también mis más sinceros reconocimientos. Ahora, al terminar esta etapa, la ayuda de todos no será menos esencial, porque se inicia otra durante la cual será indispensable contar también con su apoyo y amistad.
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EL PENSAMIENTO CRÍTICO NO ES TERRORISMO

no ala política de seguridad democrática