El mundo de las palabras encierra cosas insospechadas, a veces tan sutiles que su verdadero sentido no se revela sino a escritores geniales o a aquellos devotos de la lingüística que hacen de esa fascinante búsqueda la razón de ser de su existencia. 2
1 Texto extraído de Las revoluciones inconclusas en América Latina: 1809-1968, México, Siglo XXI, 1968, pp. 8-58.
2 Cómo cambia el sentido de las palabras a través de los años es materia de interesantes estudios, pues este proceso refleja el desarrollo social. Por ejemplo, véase lo ocurrido con el concepto de “antropología”. Cómo se entendía este concepto en España a principios del siglo XIX queda constando en el Diccionario de tropos y figuras de retórica de Luis de Igartuburu, publicado en Madrid en 1842. Se definía así la antropología en aquella época: “Término introducido por los teólogos en el lenguaje gramatical, por el que se entiende aquella especie de prosopopeya o personificación, por la cual los hombres se ven obligados, hablando de Dios, a atribuirle partes corporales, un lenguaje, gustos, afecciones, pasiones y acciones que sólo pueden convenir a los hombres” (p. 30).
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y “lo malo”, “lo apropiado” y “lo condenable”, a través de los cuales se le enseña desde pequeño a comportarse. Pero generalmente no se entrena para buscar otros tonos y dimensiones que la vida real pudiera ir produciendo. Esto es natural, por el proceso simplista de la enseñanza del niño. Lentamente, ya en la adolescencia, empieza a dibujarse ese indefinido universo de lo ambiguo y de lo inclasificable. Al entrar a ese mundo inasible, se descubre, perplejo, que el contacto con la realidad puede volver tornasol el colorido simple de los conceptos y de las ideas de las cosas que transmiten las palabras, dejando muchas veces sin sentido los vocablos aprendidos.
Al perder el fondo tradicional, el lenguaje se vuelve entonces confuso, de tal forma que una palabra dicha por una persona puede no entenderse en el mismo sentido por otra, aunque posea una cultura semejante. 3 Cuando esto ocurre —cuando en la comunidad empiezan a hablarse lenguajes diferentes, aunque el idioma sea el mismo, aparece el cisma ideológico que distingue una profunda transición social: los gobernantes se aíslan en aquella fraseología vacua de todos conocida; los pobres murmuran de su “lucha” y su “necesidad” en un contexto difícilmente aprehensible a los intelectuales; los jóvenes adoptan una jerigonza propia que abre aún más la brecha entre las generaciones; los sacerdotes gesticulan en el púlpito sin llegar a la mente de los feligreses; muchos profesores no logran hacer despertar el talento de sus estudiantes, cuyo universo real se sitúa más allá de la imaginación de los preceptores rutinarios. Y así en otras expresiones comunes de la vida en sociedad. La Torre de Babel de ideas que es síntoma de la transición social profunda lleva muchas veces a hacer revaluaciones de aquello
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Algunos sociólogos han entendido bien este problema. Por ejemplo, Camilo Torres Restrepo preparó una lista de palabras que se entendían de manera diferente Por las clases superiores y los grupos de trabajadores y campesinos colombianos. Publicó esa lista en El Espectador de Bogotá a mediados de 1964. Está reproducida en la edición de sus obras por el Centro Intercultural de Documentación de Cuernavaca (México, 1967) y en la edición francesa, Écrits et paroles, París, 1968, pp. 171-172.
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Aprendido en la niñez, es decir, de las creencias relacionadas con asuntos fundamentales y con la orientación personal. El impacto del cisma, el descubrimiento de la ambigüedad, la aparición de la perplejidad, van llevando a una redefinición de la vida. Es como si se volviera a nacer y se sintieran otra vez las tensiones del crecimiento. Pero esta vez se puede tomar una dirección distinta, adquiriendo el hombre dimensiones que quizá no plazcan a sus mayores y que a la vista de éstos pudieran parecer deformaciones. Pero he ahí la esencia del asunto: en ese momento, lo que es monstruoso, inmoral, malo o negro para aquellos dejados atrás inmersos en la tradición, podrá ser moral, conveniente o blanco para aquellos otros que añadieron nuevas dimensiones a su vida y enriquecieron el vocabulario vital. Son muchas las palabras que tienen ese tinte tornasol y que cambian de color según el ángulo desde el cual se miren, especialmente cuando se ven a la luz de las cambiantes circunstancias históricas: violencia, justicia, libertad, utilidad pública, revolución, herejía, subversión. Puede verse que son conceptos arraigados en emociones, que hieren creencias y actitudes, y que inducen a tomar un bando defi nido. Por eso son valores sociales; pero pueden ser también antivalores, según el lado que se favorezca durante el cisma de la transición. Cada uno de esos conceptos lleva en sí la posibilidad de su contradicción: no se justifican sino en un determinado contexto social. Bien pueden entenderse según
la tradición, pero también pueden concebirse y justificarse con referencia a hitos colocados hacia el futuro que impliquen un derrotero totalmente distinto a aquel anticipado por la tradición. Ésta es la posibilidad relativa, contradictoria, flexible, futurista, que no se enseña en la niñez cuando las cosas son más bien
blancas o negras. Quizá el entrenamiento en la contradicción desde niño sea insufrible y no produzca sino esquizofrénicos o locos. Pero ocurre que la desadaptación surge en la sociedad, quiérase o no, cuando ésta se halla inmersa en momentos de conflicto y tensión como los actuales. Evidentemente, no se entrena para anticipar estas tensiones ni para vivir en mundos tan conflictivos. Si así fuera, sería fácil entender la naturaleza real de la “subversión” que ocurre hoy por campos y ciudades, en universidades y entre intelectuales, en las clases altas y en las bajas, y de cuyas consecuencias se lee a diario en los periódicos de todo el mundo. Pero la palabra subversión es una de aquellas que no se entienden sino para referirse a actos que van en contra de la sociedad, y por lo tanto designa algo inmoral. Sin embargo, llega el momento de preguntarse: ¿cuál es la realidad en que se mueve y justifica la llamada subversión? ¿Qué nos enseña sobre este particular la evidencia histórica? ¿Qué nos dicen los hechos actuales sobre los “subversores”, “antisociales” y “enemigos de la sociedad”? Una vez que se estudian las evidencias y se analizan los hechos, aparece aquella dimensión de la subversión que ignoran los mayores y los maestros, que omiten los diccionarios de la lengua y que hace enmudecer a los gobernantes: se descubre así cómo muchos subversores no pretenden “destruir la sociedad” porque sí, como un acto ciego y soberbio, sino más bien reconstruirla según novedosas ideas y siguiendo determinados ideales o “utopías” que no acoge la tradición. Como lo observaba Camus, el rebelde es un hombre que dice no, pero que no renuncia a su mundo y le dice sí, por cuanto en ello va el sentido de la conciencia de su lucha.4 Esta falta de congruencia consciente con la tradición puede ser muy positiva, y hasta constructiva. ¿No ocurre a veces que la falta de moral y el sentido encubierto de la destrucción se hallan precisamente en la tradición? Como en épocas pasadas, cuando hubo similares cismas ideológicos, este esfuerzo de reconstruir a fondo la sociedad es penoso, contradictorio, violento y revolucionario; así mismo va contorneando y forjando en su yunque al nuevo pueblo y al nuevo hombre. Éste, en el fondo, será un rebelde, y sus actitudes girarán en torno a la rebeldía. El acto de la revuelta, con el movimiento contrario que implica la palabra, hace al hombre andar por nuevos senderos que antes no había vislumbrado, le hace pensar y le hace dudar, y así adquiere, quizá por primera vez, la conciencia de su condición vital. Esta conciencia es subversiva. Además, como
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Albert Camus, L’homme révolté, París, 1951, pp. 25-36.
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la rebelión implica esta conciencia, y aquella en sí misma es constructiva, el subversor rebelde adquiere una actitud positiva hacia la sociedad: no puede dejarse llevar por el resentimiento en el sentido de Scheler, que es una intoxicación de uno mismo y que no proyecta una imagen futurista. Lejos de consumirse como un resentido, el subversor se sacrifica por el grupo y se torna en un gran altruista. Por eso, al fin de cuentas, la conciencia del subversor rebelde es una conciencia de la colectividad que despierta y que lleva a todos a una inusitada aventura existencial. Con el correr del tiempo y el descubrimiento de las nuevas perspectivas sociales, los llamados “subversores” pueden llegar a ser héroes nacionales o mártires y santos seculares. Por eso luego se canonizan o veneran. Recuérdese no más al monje Savonarola, tan subversivo y herético en sus días, que hubo de ser quemado vivo. Hoy es respetado y va en camino a los altares. Recuérdese a los otros rebeldes de la historia Jan Hus, Lutero, Espartaco, Moisés, para hablar de los más antiguos, a quienes hoy se adscriben funciones positivas de regeneración o renovación social. Reléase la historia de las naciones y véanse los casos concretos de la llamada “subversión” que en los momentos de su aparición no fueran arduamente criticados, acerbamente incomprendidos, mil veces cruentamente sofocados por personeros de la tradición cuya estatura moral no alcanzaba ni al tobillo de los revoltosos, y cuya causa de defensa del orden no podía ser justa. En estos casos los antisociales no podrían ser los subversores, sino aquellos que defendieron el orden injusto, creyendo que era justo sólo porque era tradicional. Sin ir tan lejos, puede ilustrar esta tesis lo ocurrido a los jóvenes del Nuevo Reino de Granada que se atrevieron a Los derechos del hombre y del ciudadano en Santa Fe de Bogotá, y a pensar distinto en 1794: se les expulsó de las universidades y seminarios, se les encarceló, se les desterró. El chantre de la Iglesia neogranadina de aquellos días de cisma les llamó “ociosos, libertinos y dedicados a la moderna por sus perversas máximas, inclinados y propensos a la subversión”,5 Y luego se registra, para vergüenza de la Iglesia y del chantre mismo, que aquellos jóvenes “libertinos y subversivos” eran en realidad los campeones de una nueva libertad. Pero esto no se aceptó de veras sino en 1819, cuando el movimiento de Independencia se había fertilizado con la sangre y vigorizado con la persecución de aquellos llamados “subversores de unos años atrás. De seguro este conflicto se ha venido repitiendo periódicamente, cada vez que aparecen rebeldes verdaderamente motivados hacia la transformación social y
que poseen una nueva visión de las cosas. Así irrumpen en la historia aquellas personas que ponen en duda, con razón y justicia, la herencia del ancestro y el acervo tradicional. El período que se vive hoy en muchas partes del mundo es
un momento histórico subversivo en el mismo sentido futurista, constructivo y positivo que tenían los fundadores de las repúblicas americanas en el siglo XIX. Muchos lo han sostenido y documentado ya: vivimos el momento decisivo de una subversión histórica en que se sientan las bases de una nueva sociedad.volvamos, pues, a preguntarnos: ¿qué hay detrás de la palabra subversión? Quizá pueda verse ahora que esta palabra tiene una significación infundida por la realidad social y la relatividad histórica. No es un concepto blanco, ni tampoco es negro. Surge del proceso de la vida colectiva como un hecho que no puede negarse y al que es mucho mejor mirar de frente para entenderlo en lo que realmente es. No es moral ni inmoral, porque su naturaleza no proviene sólo de la dinámica histórica del pasado, sino de la proyección utópica que tiene la acción subversiva hacia el futuro.
Esta posibilidad de la función positiva de la subversión (problema epistemológico en el fondo) se olvida periódicamente por los pensadores ortodoxos que tienden a saturarse de la tradición. El análisis de las experiencias latinoamericanas (y de otras partes) prueba que muchas transformaciones signifi cativas y profundas de la sociedad han sido posibles por efecto de la acción subversiva y el pensamiento rebelde. Esto en sí no es nuevo. Pero al llevar
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Eduardo Posada y Pedro M. Ibáñez (eds.), El Precursor, Bogotá, 1903, p. 50.
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la tesis al período actual, para poder entender estos momentos decisivos de la colectividad, es necesario darle al concepto de subversión aquella dimensión sociológica que permita una explicación menos deformada e interesada, y menos nebulosa, que la ofrecida por publicaciones periodísticas y la infl
uyente literatura “macartista”. Esta explicación sociológica no puede ser otra que
la basada en la comprensión de hechos sociales, como las ideologías, las motivaciones, las actitudes, las metas y la organización de los subversores mismos. Por supuesto, estos hechos van cambiando con los tiempos, porque las causas por las cuales se rebela se van modificando. Pero la explicación sociológica podría ofrecer respuestas y evidencias que de otra forma serían imposibles de alcanzar en este campo. Muchos de estos hechos sociales que causan la subversión, o
que la conforman, escandalizarán a aquellos miembros del “sistema” tradicional que se benefician económica y políticamente en las incongruencias y las inconsistencias del orden social existente, y que son expuestas al sol por los subversores. La aprobación de los grupos privilegiados no puede esperarse cuando los cambios propuestos son tan profundos que echan por tierra sus intereses creados. En todo caso, para comenzar a entender este asunto, tómense como punto de partida las motivaciones y pretensiones de los rebeldes. Cuando la rebeldía nace del espectáculo de una condición propia, injusta e incomprensible, o cuando surge de observar en otros los efectos degradantes de la opresión, o cuando a través de la rebelión se busca la solidaridad humana como defensa de una dignidad común a todos los hombres, así, con todo esto, el ser subversor no puede convertirse sino en algo positivo para la sociedad. Dentro de esta fi losofía de la subversión justifi cada podrán entenderse otros conceptos sociológicos relacionados: cambio marginal, cambio signifi cativo, antielite, guerrilla. Estos conceptos tratan de representar elementos de una sociedad parcial que se transforma en el seno de otra que persiste en la tradición: son una “contrasociedad”, pero con elementos que van mucho más allá de aquella postulada por Mendras. 6 Así, la subversión se descubre como una estrategia mayor y un proceso de cambio social y económico visto en toda su amplitud, y no sólo como una categoría para analizar la conducta divergente o los grupos marginales producidos por la industrialización. Sociológicamente puede entonces ofrecerse una defi nición de subversión que traduzca la realidad actual, ya que ésta no se anticipa en los textos comunes o en la enseñanza familiar. La subversión se defi ne como aquella condición o situación que refleja las incongruencias internas de un orden social descubiertas por miembros de éste en un período histórico determinado, a la luz de nuevas metas (utopía) que una sociedad quiere alcanzar. Al articularse la subversión como una condición particular en el seno de una sociedad, se integran sus componentes para contradecir o contra atacar aquellos otros que se articulan por su parte, y se integran a la vez, alrededor de la tradición. Así, a los valores de la tradición se contraponen los antivalores de la subversión; a las normas de la tradición, las contra normas de la subversión; a la corriente organización social, la organización rebelde, subversiva o revolucionaria; y a la tecnología heredada, la innovación
tecnológica correlativa de la subversión. Esta articulación de la subversión como condición social puede diagramarse de la siguiente manera: 8
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6
Henri Mendras, “Pour une sociologie de la contre-societé”, en Revue Française de Sociologie, CIII, 1967, pp. 72-76. Mendras se basa en la investigación de un tugurio parisiense realizada por Jean Labbens en 1964, en la que se plantea el problema de las relaciones entre miembros de ese tugurio, considerados como marginales y deviant, y la sociedad mayor, de naturaleza industrial, que lo engendró.
7 O. Fals Borda, La subversión en Colombia, Bogotá, 1967, pp. 28-29. Véase la edición inglesa, Subversion and Social Change, Nueva York, Columbia University Press, 1968
8 Este diagrama se basa en el presentado en el libro de O. Fals Borda La subversión en Colombia, op. cit., p. 244.
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Orden social
(condicionantes)
utopía
Valores: Antivalores
Normas: Contranormas
Organización social: Organización rebelde
(“disórganos”)
Técnicas: Innovaciones técnicas
(Tradición): (Subversión)
Según la evidencia histórica disponible, un país puede cambiar de verdad sólo cuando se integran todos los componentes subversivos mencionados y persisten por más de una generación. Si por alguna causa el proceso del cambio se detiene por un tiempo prudencial, ocurre naturalmente una frustración. Por eso, como
Antes se dijo, la tarea de la transformación integral es dura: en Colombia, por ejemplo, no ha habido sino dos revoluciones exitosas en toda su historia. 9 Tal esfuerzo de cambio requiere una combinación de factores y mecanismos sociales para asegurar el éxito, entre los cuales descuella la persistencia y el fervor permanente por los ideales de la subversión. 10 El hecho de no haber tenido los rebeldes sufi ciente conciencia de las complejidades inherentes a la transformación subversiva de la sociedad parece ser una causa de que en la historia de América
Latina se registren hoy revoluciones dejadas a medio camino. Conocer tales problemas del cambio profundo, por lo tanto, debe ser un elemento importante dentro de la lucha por la reconstrucción de las sociedades. La latinoamericana no es excepción. Nuestro pueblo ha visto negadas sus esperanzas de redención, los talentos de nuestras gentes se han despilfarrado y el ideal del progreso que les ha animado en muchas ocasiones se ha desvanecido en la humareda de guerras civiles caóticas y sin rumbo.
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9
Ibid., p. 249.
10
Ibid., pp. 92-93.
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Esto es menos de lo que nos merecemos en América Latina como herederos de grandes civilizaciones. ¿Podremos los latinoamericanos volver a conceptualizar y articular en palabras e ideas las metas valoradas del nuevo hombre? ¿Podremos llevar las palabras a la acción? He aquí las cuestiones que permitirán Determinar si la revolución que se avecina quedará o no inconclusa como otras que han pasado.